Me gusta mirar de frente, a los ojos, sonriendo…sentir lo especial que es cada uno y a la vez que somos exactamente iguales.
Creo que si nos miramos a nosotros mismos y nos sentimos especiales, es el ego en su juego adolescente queriendo llamar nuestra atención. Ese mismo ego que en el colectivo humano nos hace creer que somos la única especie”pensante” que habita el universo, o que existe solo lo que vemos, la materia como única forma de expresión de la energía creadora. Hay tantos ejemplos de este ego, que es una célula del meñique creyéndose el cuerpo entero y la conciencia total… ¡tan exagerado que es!
¿Y ese sentir que alguien es especial, vendrá del ego también?
Nuestros hijos son especiales para nosotros, o una amistad, un amor…y nosotros podemos ser percibidos como “especiales” por ellos y eso no quita que seamos un humano más, como cualquiera que camina por esta vida y también un alma divina expresándose en esta forma de experiencia, de experimento.
Pero lo que nos hace especial en algún momento, es el otro, no nosotros mismos, porque la realidad la define el observador y es, el que nos observa, el que siente que hay algo único, especial, en ese instante o tramo de tiempo que nosotros hemos proyectado. Es la luz que descubre el otro, es la belleza con la que mira, es su corazón limpio y abierto.
Todos estamos en lo mismo, de diferentes formas y la forma es circunstancial, efímera… lo esencial es común y eterno. Cuando todos sintonicemos al unísono con esta verdad veremos y viviremos lo especialmente igual que somos.