Que el cuerpo físico es parte de lo que somos, a nadie le cabe duda, es algo que constatamos día a día, aunque muchas veces lo ignoramos o sobrevaloramos o distorsionamos su sentido, quizás porque no comprendemos su real función, como vehículo sensible y matemático que permite la experimentación de la vida humana en este planeta y en esta dimensión densa de la existencia, con todo lo que puede realizar, sentir y percibir.
Cuando digo que somos conciencia, me refiero a esa parte no física en la cual se conjugan los otros aspectos que nos permiten experimentar nuestra vida; mente o espacio del raciocinio, emociones y estados anímicos, intuición. Todo esto que va dialogando con la información que nos entrega el cuerpo físico para darnos esa certeza de estar vivos.
El alma es una porción energética, el “aliento de vida”. El espíritu decide densificarse para poder experimentar y según en qué tipo de realidad necesite hacerlo, usará almas en diversos niveles de densificación, entre otros, el que posibilita encarnar en un cuerpo humano.
Para poder comprendernos y comprender nuestra realidad hemos transitado una era de dualidad, la de piscis, en la que experimentamos con los opuestos y la división en todas las aéreas, incluidas la percepción de nosotros mismos, pero hoy estamos entrando a una nueva etapa, la era de acuario, en la que enfrentamos la INTEGRACIÓN, para lo cual debemos desprendernos de toda concepción de separabilidad, avanzando hacia una conciencia de nosotros mismos y de la vida en la que las experiencias requieren de todo lo que somos. Ya no podremos enfrentar lo que nos acontece sólo desde nuestra lógica o nuestras emociones o la fisicalidad de nuestro ser, aunque nos parezca que el “tema” que afrontamos es de un área en particular.
En la medida que encontremos esta manera de vivir, podremos conectarnos con otras realidades, pues estaremos accediendo a capacidades desconocidas hasta ahora de nosotros mismos, que sólo hemos vislumbrado en sueños, estados de conciencia “alterados”, o por algunos regalos que llegan a nosotros de vez en cuando, que podemos llamar “recuerdos”, pues venimos y somos también ese espíritu que experimenta la existencia divina.