Siento y pienso que, primero que todo, esto tiene que ver con quien somos y el momento de vida en el que estamos, pues en una primera instancia “el otro” funciona como un estímulo que provoca una conexión satisfactoria con alguno o varios aspectos de nosotros o como un espejo que nos refleja hermosamente.
Cuando el tema aparece en nuestras vidas por primera vez, es muy probable que sea por un asunto de validación; soy del interés de alguien, valgo, soy del interés de alguien significativo en el grupo social, valgo para el grupo. Esto no necesariamente desaparece a medida que vamos creciendo, por el contrario, puede tornarse en el centro de nuestra elección, lo que en el mundo adulto es tremendamente frustrante y deformador, pues no tiene relación con quien somos ni con quien es el otro realmente.
En la etapa del descubrimiento sexual, lo que nos provoquen y lo que nosotros seamos capaces de estimular, puede volverse casi el único elemento a considerar y si viene acompañado del reconocimiento y validación del grupo de pertenencia, mejor. Nuevamente vemos que esto puede extenderse a la etapa adulta como eje central, lo que constituiría una deformación de la realidad pues nosotros y el otro desarrollamos nuestra vida en varios campos que van constituyendo quienes somos, más aún si en esa etapa el enamorarse lleva apareada la expectativa de formar familia, constituir una unión que implica compromisos en las distintas áreas de nuestra existencia; vivienda, economía, planificación, procreación, entretención, entre otros.
En el camino iremos enamorándonos o nuestro “amor” partirá construyéndose desde los aspectos donde hagamos sintonía con el otro, según lo que en ese momento de nuestras vidas consideremos importante; carácter, belleza, inteligencia, creencias religiosas, visiones políticas, valores morales, educación, estatus económico…mientras más coincidencias seguramente nos sentiremos mas enamorados y decidiremos que encontramos a la persona correcta con quien vivir nuestra vida. A mi juicio aquí se instala un tema fundamental, las personas cambiamos y estos cambios pueden estar centrados en las circunstancias (lo externo a nosotros) o en un proceso de evolución que nos va conectando más profundamente con quien somos, más allá de lo que, social y culturalmente nos ha definido. Desde este parámetro, el amor que sentimos nos seguirá acompañando en la medida que siga existiendo satisfacción desde la inclusión de estos cambios y que el mismo sentimiento también evolucione.
Hasta aquí seguimos hablando de lo que nosotros sentimos, entonces la pregunta es, ¿Cuándo el enamorarse tiene que ver con quien es el otro?
Una vez más el asunto sigue partiendo de quién es uno, pues está más que comprobado que la realidad la define el espectador por lo tanto el otro adquiere significancia según el prisma con el que estemos mirando. Sin embargo, desde mi experiencia, sentir y pensar, creo que esto sucede cuando logramos encontrar quienes somos realmente, liberados de las cadenas de nuestro pasado, entiéndase familia de la que provenimos, cultura en la que nos educamos, relaciones afectivas que experimentamos. Por el contrario, cuando logramos hacer del pasado una fuente de experiencia que me permite ser consciente y responsable de mi vida, liberándome y liberando al otro de tener que complementarnos, validarnos o satisfacernos, como condición para que nos sintamos enamorados. Así desde esa libertad, podemos maravillarnos con el mundo que nos presenta, desde una total empatía, que nos permite situarnos en el único objetivo de comprender, acompañar y desde allí disfrutar aún más la vida.
¿De qué me enamoro yo hoy, cuando me enamoro?
Primero que todo y para ser consecuente con lo que predico, libero a mi enamorado de tener que ser la fuente desde donde yo pueda reparar o resolver cualquier aspecto de mi persona o vida, no estará allí la razón de por qué mi corazón se ilumina en su presencia. Sí, existe la posibilidad, que al compartir la vida, ambos nos afectemos positivamente en nuestra manera de ser y de vivir, pero eso sería una consecuencia del amor y la convivencia.
En segundo lugar y debido a que ya experimenté todas las circunstancias de enamoramiento antes descritas, lo que incluye haberse casado, tener hijos, formar familia y también fracasar, (entiéndase “fracasar” como no haber logrado mantener vivo el amor desde el que se partió o no haber partido la relación con un amor sostenible en el tiempo, a pesar de que ese era el objetivo), libero a mi enamorado y me libero de las complejidades de cumplir algún rol más allá de ser o estar enamorados.
Teniendo claro estos puntos, me queda por observar, ¿que hace que mí ser se detenga ante la presencia de otro y motive que mi corazón quiera volcarse a la maravilla de comprender y disfrutar de su existencia? hoy es la pureza.
Porque para mí, un adulto de corazón puro es alguien que ha tenido la sabiduría de no dejarse contaminar por las vicisitudes de la vida, pues ha sido más fuerte su esencia que las circunstancias y los otros. O es alguien que después de transitar todos los errores comunes, ha logrado la sabiduría para evolucionar; revolucionarse, rebelarse y reinventarse. Accediendo así a un estado que le permite relacionarse honestamente consigo mismo y con los otros, maravillado de la vida, valiente y desprejuiciado, con un corazón sano y lleno de amor dispuesto a compartir. Un ser libre y bondadoso.
Si encuentro a ese ser en el camino y sincronizamos en nuestro andar, me elevaré incondicionalmente al amor, volaré por donde los vientos soplen, pues todo lo que de allí derive no puede ser más que bello y enriquecedor. Pero lo haré de una manera única, nueva, mi amor surgirá inspirado en la pureza de ambos y todo lo demás se acordará desde ese escenario. La historia que se desarrolle tendrá que ver con cómo, esa pureza de cada cual, se expresa en cada uno de los aspectos del vivir. Y hoy, yo no imagino mejor escenario para AMAR.